.
Otro discurso,
el no oficial, era aquel que provenía de quienes pretendían dibujar al
paramilitarismo como la fuerza armada de las derechas colombianas, como personajes
siniestros que respondían a un fin ideológico claro, con una relación
apuntalada en la apropiación de la tierra por parte de elites políticas
locales. Estos paramilitares no eran una fuerza contrainsurgente sino un grupo
de matones a sueldo que tenían un fin económico.
Los dos
anatemas se encontraron una y otra vez, no en los medios de comunicación, pero
si en diversos ambientes políticos, sin embargo los grandes discursos ideológicos,
el que propugnaba la necesidad de la legalidad del paramilitarismo a través de
un proceso de desmovilización, y el que veía en las autodefensas solo una forma
de reconfigurar el estado para dejar por fuera cualquier cambio social, dejaron
por fuera los relatos mas micro, los
relatos de aquellos que convivieron a diario con el conflicto y que no
entendían de grandilocuentes discursos sobre captación del estado,
neoliberalismo, socialismo o democracia, por el contrario vivieron según los
avatares propios de su contexto y no de grandes ideologías de los altos líderes
de las organizaciones políticas o armadas.
Con este
trabajo se pretende rescatar un breve relato de uno de estos hombres, de uno de
los que halaba del gatillo según la orden que así lo dispusiese, y que vivió el
proceso completo de la violencia reciente, desde su infancia hasta su
desesperanzadora vida como reinsertado.
Su infancia y su contexto, los primeros pasos en la
violencia; la guerrilla.
El Urabá
siempre ha sido una región reconocida por su producción bananera, en especial
en el siglo XIX y XX, la gran corporación que controlo la explotación de dicha
fruta fue la famosa United Fruit Company.
La región fue prospera para estas empresas durante el periodo republicano y en
especial en el siglo XX. Hacia 1970 la United
Fruit Comany, después de algunas ventas de acciones, paso a llamarse United Brands. Esta compañía se replegó,
no del todo, hacia Centroamérica ha mediados de dicha década, justo cuando el
conflicto armado en la región iniciaba, en gran parte por la fuerte presencia
de grupos como el EPL y las FARC, este periodo también coincidía con la
creación de empresas colombianas como Banacol. Hacia finales de los 80 la
empresa fue adquirida por Peter Lindner, quien cambió el nombre a Chiquita Brands[1],
la misma compañía que tendría problemas judiciales en el 2007 por patrocinar
grupos paramilitares en la región[2].
A parte de
las grandes regiones dedicadas al cultivo de banano, el Urabá, se caracteriza
por grandes terrenos que aún permanecen sin colonizar, y un gran conflicto
entre patronos y sindicatos, que en especial en la región habían adquirido una
gran cantidad de adeptos, para mediados de los 80 contaban con más de 18.000
trabajadores sindicalizados[3].
“El cultivo
de banano y la
tradición sindicalista caracterizan la zona como un enclave donde la seguridad
privada fue utilizada para el exterminio de los diferentes sindicatos”[4] lo
que hizo que esta región fuera enclave de grupos armados que presionaron de tal
forma a los bananeros al punto que estos decidieron establecer contacto con
grupos armados provenientes de Córdoba, a fin de establecer una especie de
contrarrevolución[5].
El sujeto en
cuestión es un hombre de 35 años, al que llamaremos Mario, nació en esta convulsionada
región del Urabá. Desde pequeño su situación material fue precaria, su madre no
pudo sostenerlo por lo cual tuvo que dejarlo en la custodia de un tío. Si bien
el tío lo vestía y lo alimentaba este no le pudo dar ningún tipo de educación,
según el entrevistado no solo por falta de dinero sino porque no habían
escuelas: “en ese entonces no existía la escuela, si existía en una vereda era
muy raro“[6]. Lo
cual en parte evidencia la poca injerencia que el Estado había hecho en la
región, gran parte de la organización de la sociedad siempre dependía de los
grandes emporios económicos regionales o de las elites de la zona: “En el caso
mío, en la tierra mía, uno nunca conoció la fuerza pública”.
El rumor de
la guerra le llegó a Mario por parte de otro tío, no el que lo criaba, sino
otro que estaba vinculado a la guerrilla. Este tipo de vinculación se daba a través
del afecto, ya que en medio de un ambiente de precaria situación material la
guerrilla se mostraba como opción para alcanzar las necesidades mínimas que
familiarmente son difíciles de obtener: “se va un hijo mío para un grupo porque
yo no tengo la capacidad de darle lo que el necesite, de darle un estudio, de
comprarle una pantaloneta, de comprarle una muda de ropa” dice el entrevistado
citando las palabras de su madre al saber que este se vinculaba a la guerrilla,
la cual, se ganaba a sus nuevos reclutas construyendo los ya mencionados lazos
de afecto; “empiezan dándole a uno cosas para comer, le daban a uno dulces,
bobadas, le prestaban el armamento, cuando uno es chino le gustan mucho los
armamentos y uno quiere hacer muchas cosas”, lo que diferencia a la guerrilla
actual que se ha visto forzada a la reflotación forzosa.
Otro
atractivo para vincularse a la guerrilla era la posibilidad de obtener poder:
“los chinos decían: <>, el mandaba toda la zona en la guerrilla, mandaba
más que la policía”. Este tipo de “mandos” se constituyen como un ideal de ser;
“quiere algún día llegar a ser el mando, tener plata, pues como los jefes que
son los que manejan todo”. Mario se vincula a la guerrilla teniendo 11 años,
allí actuó dos años y luego fue trasladado a Villavicencio, donde descubre las
fuertes normas de conducta de las FARC, grupo al que perteneció, según Mario
las jornadas son extenuantes y no se les permite regresar a sus hogares,
incluso este tipo de traslados son importantes para desconectar los vínculos
familiares de los nuevos reclutas.
“…se da entrenamiento un mes, para saber cómo disparar, como
defenderse del enemigo, como lanzar una granada, como manejar una
ametralladora, un ML, un mortero; después de tres meses hay si toca prestar
guardia, antes no porque se puede volar y puede decir en que sitio esta, uno ya
se siente más vigilado, si me vuelo me matan y más en la zona donde uno esta,
que todo el mundo dice si ahí va o por aquí paso”
No solo la deserción
es causa de muerte, como relata Mario, la pérdida de armamento en combate, o el
no cumplimiento de cualquier orden, todas son causales de muerte. Mario no
habla de ningún tipo de juicio para disponer de la extrema sentencia. Los
comandantes no solo regulan lo militar de sus subordinados, lo sexual es también
controlado por el mando, el cual dispone de las mujeres según su conveniencia:
“en la guerrilla hay hartas mujeres, de diferentes edades, más que
todo de doce en adelante, de dieciséis para abajo y chinas bonitas […] Si
quiere tener una relación con un guerrillero, el mando es el que da permiso,
pero si dice que no se puede, hay que respetar porque hay una orden y no se
puede romper”.
Sin embargo
el comandante si tiene acceso a todas las mujeres de la escuadra: “cuando una
no quiera estar con el mando y él quiera estar con la guerrillera, el que manda
manda y si quiere estar con la guerrillera, esta con ella”. Todas estas
regulaciones de lo sexual tienen como pena por su no cumplimiento la muerte.
En la
guerrilla Mario comete su primer asesinato, el cual parece ser fundacional para
quienes ingresan al grupo armado; tenía unos quince años, según su testimonio
las víctimas eran infiltrados de las autodefensas; “cuando fuimos ya estaban
amarrados boca abajo en el centro de la plaza”, a lo cual solo seguía que cada
uno de los reclutas le disparaba en la cabeza. Este, como muchos de los
asesinatos que confiesa el entrevistado, son causados no por el sino por la
orden de uno de sus mandos, lo cual actúa como una especie de liberalizador de
culpa, como veremos más adelante esto será esencial en la construcción del
pasado del sujeto, así los acecinados son puestos como un objeto y no como un
ser humano, incluso sus familiares del combatiente, llegado el caso y si la
orden del superior es esa, también son acecinados, acallando cualquier sentimiento
o vinculo familiar: “Lo más duro para mí en la guerrilla fue cuando yo tenía
como catorce años, vi matar a dos tíos míos, uno que tenía trece años y el otro
dieciséis. Porque mi abuelito se negó a pagar la vacuna de $ 5.000.000”. Este
hecho revela que el sujeto volvió a su zona de origen, pero que pese a ello no
podía tener ningún vinculo afectivo que no fuera con su grupo guerrillero, lo
cual muestra la ideología de este tipo de grupos de izquierda, ideología que va
en contraversión de los ideales de familia y tradición expuestos por las
autodefensas y que hacen cumplir en los miembros de sus filas, como veremos más
adelante.
Su paso a las Autodefensas, la trágica madurez de un
combatiente.
Un cambio
sustancial para la vida de Mario se da cuando las autodefensas empiezan a hacer
una fuerte presencia en la región, según Mario otro de sus tíos se dio cuenta
de los abusos de la guerrilla y pidió colaboración al Batallón de Montería,
allí “coordino con los manes y ellos se le metieron al mando, a Ramiro, y ya en
eso le mataron a la familia y mataron 20 reces” este hecho fue la señal para
mostrar el declive de la guerrilla en la región, y la necesidad de buscar otro
tipo de grupo armado “porque la escuadra de la guerrilla donde yo estaba la
estaban acabando entre el gobierno y las autodefensas”. Si bien, en medio del
conflicto, este hecho pareciera ser irrelevante muestra un factor tal vez poco
explorado de la guerra, y es que los sujetos que en ella participan como
soldados rasos no se guían por posiciones ideológicas, sino factuales, es decir;
sus lealtades están sujetas a quien logre brindar estabilidad económica, y
según el grado de violencia, seguridad, no a un grupo que ofrezca un proyecto
ideológico de país o de sociedad. Así empieza Mario su etapa dentro de las autodefensas[7].
“La guerrilla se lo lleva a uno con mentiras, dicen vallase que puede
visitar a la familia cuando quiera, le damos plata, pero no le dan nada, allá
uno no conoce la plata, en cambio en las autodefensas es diferente”.
Por lo cual
Mario, a los diecisiete años, se “vuela” de la guerrilla. Este trámite no se da
por iniciativa o acción espontanea de un sujeto, sino porque uno de los mandos
negocia el traspaso de algunos hombres bajo su mando; “hay nos mandaron al
ejercito y nos recogieron en un punto y hay ya nos mandaron para Santa
Catalina” donde altos jefes de las autodefensas los recibieron; “y ya hay con
Carlos Castaño y dijo: bueno si usted quiere trabajar conmigo trabaje”. Llama
la atención que el ejército no solo ejerza funciones de combatir a la guerrilla
sino que ejercen como facilitadores del traslado de combatientes a los
paramilitares.
Estos
grandes jefes paramilitares despliegan todo su poder para dar la bienvenida a
los nuevos combatientes, según Mario los recibieron con buena comida, licor y
baile, incluso relata que el show
estaba a cargo de cantantes como Farid Ortiz y el mismísimo Diomedes Díaz, además
de la presencia de “modelos de la televisión” que varias veces en pocos meses
asistían a este tipo de reuniones, incluso sostenían relaciones sexuales con
los altos mandos. A parte de lo anecdótico que pueda ser este tipo de
reuniones, lo que si se deduce es un fuerte poder económico y social que tenían
este tipo de grupos, que si bien eran negados públicamente por los medios la
verdad era que regional, e incluso nacionalmente, eran personajes influyentes a
los que la sociedad rendía tributo, debido precisamente, al poder que ejercían,
esto se traducía en lo militar: “Las autodefensas tenían como unos 10 o 18
helicópteros, con radar, siempre se pintaba con logos de la cruz roja, así
andábamos relajados”. Todo esto contrasta con las difíciles condiciones a las
que se veían enfrentados, incluso los altos mandos, de las guerrillas, por lo
menos después de los diálogos de paz del gobierno Pastrana y aun más con la
llegada de Uribe al poder y los respectivos Plan Colombia y Plan Patriota.
No solo la
bienvenida le muestra a Mario la opción de un buen futuro en las autodefensas, además
de ello puede volver a reconstruir sus vínculos familiares, vínculos que
anímicamente son tan importantes para los sujetos de extracción humilde “me
gustaba porque podía visitar a la familia”. Además de ello sus condiciones
materiales mejoraron sustancialmente “dan buena dotación, allá hay médicos,
odontólogos, lo respetaban a uno por la antigüedad, por la hoja de vida, ganaba
más”, su salario podía oscilar entre los $300.000 y los $700.000, lo cual es
bastante para un campesino en Colombia.
Sin embargo
esto no quiere decir que la vida de un paramilitar sea fácil, las jornadas son
extenuantes regularmente, sin embargo algo que el entrevistado describe con
especial detalle son los entrenamientos, o cursos contraguerrilla. Estos se dan
en condiciones precarias, con poca comida y poca agua, en zonas calientes del
país, durmiendo una o dos horas diarias y con una fuerte exigencia física. La
duración era de un mes y medio, periodo en el cual no había ninguna forma de deserción,
la única forma de evitar la continuación del curso era la muerte, generalmente
propinada por quienes lideraban el proceso o por el mismo combatiente que
debido a lo insoportable de la experiencia optaba por el suicidio. Así, pasando
de la fiesta de bienvenida a los cursos de contraguerrilla, la ilusión de
bienestar que parecía mostrar el inicio de su vida como paramilitar se va
desvaneciendo en su relato, y seguramente fue así también en su vida.
Continuando con la terrible instrucción, Mario continúa con su relato:
“…faltando dos días, nos quitaron los fusiles, nos metieron candela en
una loma, eran muchos metros, lo prendían y decían corran, en la última ya a
uno le tocaba arrastrarse hacia abajo y esa candela nos estaba quemando, yo le
dije al instructor máteme, y como teníamos los fusiles sin cartuchos, se lo
tire a la cara a ese hiejueputa, le dije –máteme-, me dijo: -Gaviria sabes que
nadie te va a matar, siga, siga- y el man
no me quiso matar, me salve, estaría de buenas; muchos se caían se quedaban
morían quemados, mataron artos, otros se volaron y los dieron de baja, y si pedía
la baja los mataban”
De los
ochocientos, que entraron con Mario, solo doscientos superaron el curso, si
este lo relatado es cierto es verdad muestra que los combatientes que lograban
este tipo de procesos eran personas con una gran capacidad física y mental para
la guerra, lo cual además causaba un gran golpe anímico que borraba cualquier
debilidad psicológica, por medio de estos entrenamientos se construían no solo
soldados doctos en tácticas de combate, sino casi guerreros deshumanizados,
liberados de cualquier esperanza y solo constituidos por la necesidad de seguir
ordenes.
Los combates
con la guerrilla, para quienes superaban el curso, eran igualmente duros:
caminatas de cinco o seis días, “tocaba pelear con la guerrilla sin comida,
teníamos la comida pero no podía comer porque si se descuida uno lo podían
matar”, la dureza de las jornadas y los entrenamientos, hacían que la idea del
suicidio permaneciera siempre en la cabeza de Mario como la salida más rápida a
la insoportable situación:
“-Me mataran cuando se me acabe la munición y que me cojan- relata
Mario lo que pensaba en combate -me vuelven nada, me machetean, no, yo mismo me
mato- por eso yo era una persona que siempre cargaba tres cartuchos por aparte,
me hubiera puesto el fusil acá en el cuello, bajo el seguro y de una vez las
vota todas, uno dos tres, los tres cartuchos, ya uno muerto no siente, así hizo
más de uno”
Esta idea
del suicidio no es solo recurrente en Mario, ya que según él varios de sus
compañeros recurrieron a la extrema medida, en especial en los cursos de
contraguerrilla.
Fuerzas del Estado y Autodefensas, el negocio de la
guerra.
Las
relaciones entre los militares y las autodefensas eran, al parecer, comunes. El
entrevistado narra, aparte del hecho ya comentado líneas arriba, como en varias
ocasiones el ejercito prestaba colaboración a las autodefensas, o viceversa:
“Nosotros éramos amigos con los manes llegábamos de permiso y antes nos
cuidaban, llamábamos al ejército y les decíamos necesitamos apoyo, eso lo
manejábamos con un control y dábamos las coordenadas”. Estas relaciones no aplicaban para toda la
fuerza pública, ya que a los policías no se les respetaba de la misma manera
que a los soldados del ejército, esto al parecer por que los policías prestaban
igual colaboración a los guerrilleros y a las autodefensas. Mario narra cómo en
San Pedro de Guajaray, un pequeño municipio de Cundinamarca en limites con el
Meta, los policías vendían municiones a los paramilitares y a la guerrilla[8] sin
distinción, tras lo cual un tal Don Mauricio, jefe paramilitar, les exige que
solo vendan municiones a su grupo. Sumado a esto se puede pensar que
paramilitares, guerrilleros y miembros del ejército, comparten un mismo estrato
social campesino, que pareciera diferenciarlos de los policías, según el
entrevistado:
“…la policía lo trata mal a uno, un soldado no, si ustedes ven diez
años atrás un policía le ponía un sello a un civil que porque era de pronto un
guerrillero, porque era pobre, siendo un miserable trabajador, en cambio un
soldado raso mantiene más en el área y sufre más, no hace esa acción de la
policía, se la pasan en los pueblos de vagos robando y coge a un pobre civil y
lo estropea todo”
Este
especial resentimiento se traduce en combate: “soy el primero en meterme a matarlos,
(a los policías) porque ellos no miran sufrimiento de un campesino, de un
guerrillero o de un pobre civil”. Se deduce que, por lo menos en esta zona del
sur oriente de Cundinamarca, hubo varios enfrentamientos entre las autodefensas
y miembros de la Policía Nacional.
Estas
relaciones con las fuerzas oficiales eran bastante sórdidas, incluso en los
procesos en lo que los combatientes se entregaban a las autoridades, donde no
primaba el cumplimiento del deber, sino las relaciones económicas que estos
procesos podían despertar:
“El día que me entregue al ejercito y nos fuimos para las
autodefensas, me decían los del ejercito te damos $ 500.000.000 si tu nos dices
donde está el Viejo (Comandante), yo le decía: -si usted quiere cogerlo, valla
y búsquelo, que ustedes saben donde esta, ustedes saben quiénes son los mandos,
ustedes mismos los llevaron ese día para que nos contrataran las autodefensas,
que hicieron esa fiesta, ¿hubieran cogido a esa gente, en ese momento, no?. El
estado coge a un man y le pregunta -¿Dónde
esta el jefe suyo? Si el man es
idiota y dice donde está pensando que le van a dar algo, hay lo cogen y el man endulzado por la plata se va. Ahí es
cuando van y le dicen al viejo X -fulano dijo esto-, entonces el jefe le dice
al ejercito -le voy a dar tantos millones para que me lo traiga-, entonces la
misma guerrilla los mataba, en el caso mío era para ver si yo caía en la
trampa, yo como si me hice el huevon”
El principal
“cliente” de las autodefensas fue el narcotráfico, el cual resulto fundamental
en su fundación en los tiempos en que el MAS operaba en Puerto Boyacá[9],
Mario relata como algunas de sus actividades estaban destinadas a proteger los
cultivos de coca, con complicidad de las autoridades: “nosotros más que todo
protegíamos era la coca, para que la guerrilla no fuera a quitarle la plata a
la gente, los campesinos la cultivan y nosotros comprábamos la base, para
cuando eso los jefes compraban el kilo a $ 2.000.000”, esta base era
transportada con apoyo de la Policía Nacional según el entrevistado: “la
policía decía: -bueno vamos a negociarlo por $40.000.000 o $70.000.000- y ya
negociaban”.
Desde 1997,
una vez unificadas las AUC, estas habían hecho presencia en el oriente del
departamento, en especial el Bloque Centauros y las Autodefensas Campesinas del
Meta y Casanare, liderada por Martin Llanos[10].
La llegada de las AUC, a esta región del piedemonte llanero, coincidió con un
proceso de “relocalización” de la hoja de coca en el país, proceso nacido de la
ofensiva militar del Plan Colombia, el cual hizo que la guerrilla de las FARC
se replegara en el sur del país (Putumayo y Caquetá) reduciendo los cultivos
ilícitos, por consiguiente, zonas como las del centro del país, cobraron
importancia en este materia[11], y
el control del narcotráfico recayó en las organizaciones paramilitares.
En estas
organizaciones duro nuestro entrevistado por ocho años, cinco años como “raso”,
ejerciendo como centinela y guardia. Los otros cuatro logro obtener un mando
medio; “Me dieron escuadra, me tocaba estar pendiente de doce chinos, después fui comandante de escuadra, estaba
pendiente la escuadra, centinelas, de la comida del día, que estén limpios”.
Desmovilización y reinserción, la reconstrucción de
la vida
La
ambigüedad del término paramilitar, que aun no lograba definir a este tipo de
grupos armados, se acentuó con la Ley 975 de 2005, “Justicia y Paz”[12],
ya que se produjo una desbandada de entregas de diferentes grupos
delincuenciales, dejando a todos bajo el manto del término “paramilitar”. Por
esta época Mario inicia su proceso de desmovilización, transición de la cual no
habla mucho.
Mario, como
reinsertado del proceso de desmovilización, tuvo que venirse para Bogotá, y
empezar de ceros. El choque con la ciudad se da en gran medida por la falta de
competencias laborales que estos sujetos no han desarrollado, lo cual los deja
al margen la mayoría de las veces, y si bien la “reinserción” prevé que los
excombatientes estudien, a decir verdad esto no deja de ser mas que una buena
intención, ya que los promedios de edad muchas veces superan los 25 o 30 años,
edad a la cual es difícil adaptarse a un programa de secundaria o incluso de
primaria, procesos que son requisito para lograr acceder a un curso práctico en
el SENA.
Mario, como
ya dijimos, nunca tuvo acceso a una educación básica, primero porque no podía y
segundo porque sus funciones no lo requerían. Una vez en Bogotá empezó trabajar
y estudiar en la noche; “es duro porque uno como desmovilizado no tiene alguien
que le enseñe letra por letra, los profesores de séptimo que se van a poner a
eso”. Por lo cual su adaptación a el sistema educativo es traumática; “estoy es
perdiendo el tiempo, yo quiero aprender pero así como ellos me exigen (los
docentes), me estoy haciendo es un daño”. Lo que a futuro significará la
deserción escolar, y en un sistema económico como el nuestro, basado en
competencias y no en las capacidades humanas, significa poca posibilidad de
movilidad social. Lo cual deja abierta siempre la puerta a que estos sujetos
vean como una buena opción, después que se le han cerrado muchas posibilidades,
la de volver a la delincuencia, donde su “experiencia laboral” si cuenta. Por
lo cual Mario se lamenta; “no voy a conseguir un empleo bueno porque me exigen
un nivel de estudio y no se casi nada, leer un poquitico, escribir casi no, más
de un muchacho esta en ese problema y no tenemos una respuesta del estado”.
Para la fecha de la entrevista, Mario vivía con uno de sus hermanos en un
apartamento, por vías propias, y no del Estado, había logrado conseguir un
trabajo en ebanistería, allí fue contratado por tres meses y debido a las
capacidades del entrevistado, logro ser contratado por tres años más.
No todo en
el proceso de desmovilización es malo, Mario asegura que tiene ciertos
beneficios, como salud, atención psicológica, y algo que llama mucho la
atención; “no tenía contacto con civiles, se pierde contacto con las personas,
y ahora tengo contacto, charlo con la gente y somos amigos”, es decir que para
un desmovilizado, el hacer parte de nuevo de una comunidad, es benéfico, pese a
que esto le acarree algún tipo de discriminación.
Si bien
estas ventajas son importantes, hay tal vez una falencia, que aun personaje
venido de un conflicto armado, le parece muy relevante, y que a todas luces el
Estado no soporta, ni para él ni para ningún ciudadano de menores recursos; “no
ofrecen seguridad, no tiene capacidad para eso”. Este miedo constante es mayor
que el de la inseguridad económica, ya que es la vida misma la que está en
juego, por lo cual siempre está la posibilidad de regresar o de vincularse a
una “banda emergente”:
“Los que estamos acá de las autodefensas que estamos en el programa
decimos, -si esta cosa se llega a agravar nos devolvemos otra vez, que nos
maten, pero que nos maten con un fusil en la mano- […]no me han matado porque a
los que han mandado manes con los que yo trabaje hace rato en la seguridad,
ellos me dicen: -nosotros no le vamos hacer nada-, pero si mandaran gente que
no me conoce me mata, lo hacen de una, quien sabe si volverán, pero si me matan
pues ese era el destino mío”
Los medios
de comunicación en días pasados llamaban la atención sobre el “fenómeno” de las
Bandas Criminales (Bacrim), y como estas han adquirido tal poder que han
logrado enfrentar al Estado y rebosarlo en varias zonas del país. Sin embargo,
teniendo en cuenta el ejemplo del proceso de desmovilización de Mario, que no
es la excepción a la regla, sino al parecer la regla, aun estamos muy lejos de
poder llamar equiparar la desmovilización de las AUC con la reinserción de sus
miembros a la sociedad civil. Dicho proceso es defectuoso y no ha contado con
las particularidades de los casos que atiende. Es probable pensar que gran
parte del fenómeno de violencia causado por las Bacrim se debe a dos motivos:
Uno, proceso de desmovilización viciado y pensado por las elites políticas para
lograr cooptar el poder electoral que estos grupos tenían, causando una ruptura
entre las elites y los grupos armados[13];
dos, un proceso de reinserción defectuoso que deja sin orientación y
facilidades verdaderas a los pocos sujetos, que como Mario, si se
desmovilizaron efectivamente. Y pese a ese factor aun vemos como el gobierno
nacional promulga la desmovilización como la salida a quienes hacer parte de
estos grupos al marguen de la ley.
Algunos aspectos emocionales
La vida
emocional de un sujeto es simplemente pasada por alto en cualquier historia que
muestre procesos de larga duración, sin embargo en el ejercicio que nos
proponemos hacer con la vida de Mario, estos aspectos emocionales son vitales
para entender cómo afecta el conflicto a quienes en él participan activamente,
bien sea como víctimas o como victimarios. Esto sin llegar al postulado sin
sentido de quienes pretenden ver en lo micro un modelo traspasable a lo macro;
es decir, que el caso de Mario no se puede proponer a ultranza como un modelo
para todos sus similares, por lo cual la historia de vida, como herramienta
historiográfica, no debe servir como fin último de la historia, sino como medio
para encontrar estructuras temporales sociales más grandes y de mayor alcance.
Hecha la anterior
salvedad volvemos a Mario, entendiendo que el relato que el entrevistado a
evocado es, una construcción a posteriori
de sí mismo, es decir; los recuerdos relatados no son la reproducción de los
hechos reales, sino una construcción que el sujeto hace de si vida. Así en la
memoria del autor (que para nuestro caso es Mario, quien esta relatando su vida
como quien escribe una autobiografía) hay que ver cuatro aspectos; el
acontecimiento, al cual no tenemos real acceso; el recuerdo, que está en la
memoria de Mario; el relato, que se hace de sí mismo; el otro, quien al
presenciar el relato de quien lo enuncia también lo deforma[14]. Es
decir “El suceso, acontecido en el pasado, es inaccesible para el sujeto
recordaror por efecto de las leyes del lenguaje por una parte y, por otra, la
represión que actúa antes del
acontecimiento y de su registro”[15].
Por lo cual cualquier análisis que se haga sobre un testimonio como el
presente, si partimos de estos supuestos, debe tener en cuenta que dicho testimonio
es un relato subjetivo, construido por su pasado, su situación actual y la
presencia de quien escucha.
Uno de los
aspectos vitales en la construcción emocional del sujeto es la familia, la de
Mario se presenta como, posiblemente, arquetípica. Su papa lo abandonó a los
tres años, y su mama no pudo sostenerlo, como ya mencionamos. Esta figura
paterna fue llenada en un principio por su tío. Sin embargo Mario mostro un
rencor respetuoso hacia su padre cuando volvió a encontrar a este:
“Para mí si su papá lo deja tirado, no sabe que usted come, que usted
viste, que lo necesita, ese hijo se convierte en un enemigo para usted, yo lo
alcance a conocer ahora de grande, tenía como 30 años, fui a visitarlo solamente
para ver qué cara ponía, a los hermanos míos les lleve ropa, les lleve muchas
cosas y a él no le lleve nada, el me
dijo que porque no le llevaba nada, yo le dije: cuando usted siembra como a un
árbol, es para recoger, eso le dio tanta vaina que se puso a llorar, y le dije
no se ponga a llorar a mi me da duro no traerle nada, pero cuando usted siembra
algo es para recoger”
Basado en
los preceptos freudianos se podría que la falta de su padre significo la falta
de ley en su familia, falta que su tío no pudo suplir, aunque como ya se dijo
la entrada de Mario a la insurgencia se ve facilitada por sus difíciles
condiciones económicas, a lo que también se podría decir que este tipo de
organizaciones brindan, emocionalmente hablando, una especie de sentimiento
paternal a los jóvenes campesinos que no han tenido esta presencia constante en
sus vidas.
Su familia
disfuncional de niño se reproduce en su adultez; Mario asegura tener tres
hijos, dos niños y una niña, de los cuales ninguno vive con él, reproduciendo
el modelo de un padre que abandona. Sus hijos no fueron con una sola mujer; uno
vive en Urabá, otro en Bogotá y del otro no se especifica. Según Mario esto,
como la mayoría de los actos negativos de su vida, no es responsabilidad suya
en sí, pues prefiere que ninguno de sus hijos, o esposas, vivan con el por su
precaria situación laboral y por la falta de seguridad que el Estado le brinda,
lo que nos remite a lo que asegurábamos líneas arriba sobre la construcción de
su propio relato.
Sin embargo,
contrario a su constante forma de excluirse de la responsabilidad de sus actos,
Mario tiene un pensamiento recurrente de culpa, que está atado a la acción de
matar: “matar es un delito muy grande, pega en la conciencia”. Sin embargo,
como ya se dijo anteriormente, a quienes se mataba no se los consideraba como
personas, no se les trataba, simplemente se les ejecutaba, “pues a mí no me
paso yo nunca conocí una persona ni
nada, a mi mandaban aquí tocaba hacerlo si no me lo hacen a mi”.
A la
pregunta de si ha sentido las ganas de acecinar, ya como desmovilizado, Mario
responde: “si uno si le da eso, pero dice uno tantas cosas que he vivido yo y
he cambiado ya no me ensucio las manos con eso”. Incluso, cuando la entrevista
se desvía hacia el tema de los falsos positivos Mario reprueba tales crímenes:
“es que en el caso mío soy franco y lo digo cuando a mi me mandaban
que haga esto me daba duro, salve gente que nunca me hizo nada, ni los
distinguí ni se quien es, si es un trabajador no se entonces es duro para uno”
Su creencia
en que dar muerte es imperdonable se sustenta incluso en sus objeciones contra
la Iglesia Católica “los curas dicen puede matar y robar y puede arrepentirse y
ya está perdonado y la biblia dice otra cosa diferente”, para Mario, en su
mentalidad, el perdón no es una cosa tan accesible, tal vez porque el mismo no
se perdona muchos de sus delitos. Su culpabilidad es reafirmada por lo social
“ya la gente lo mira a uno como ahí viene el matón”, pero pese a todo ello
acepta sus actos, los cuales lo atormentan, en forma de pesadillas, las cuales
acusa como su mayor problema psicológico en la actualidad: “porque en las
pesadillas siento que me devuelvo para allá, veo cuando me iban a matar o
cuando yo estaba apuntando para matar”. Así la culpa se convierte en un
síntoma.
Conclusiones
Poco se
puede concluir de lo que se ha narrado, sin embargo si se pueden extraer varias
cuestiones que resultan evidentes de la vida de Mario. En primer lugar la poca
incidencia que juega un discurso ideológico político en las decisiones
coyunturales de los actores rasos de conflicto, como vimos, estas decisiones
están sujetas al devenir de la vida diaria, y dichas decisiones son las que
construyen una mentalidad.
En segunda
medida podemos ver que cualquier paso por el conflicto acarrea con serias
repercusiones emocionales y sociales; los vínculos familiares, afectados
seriamente por las precarias condiciones económicas, son fuertemente afectados
por el conflicto; y las duras condiciones de conducta que imponen a sus hombres
los grupos armados, terminan por destruir emocionalmente a los sujetos.
En tercer
lugar vemos como la vida de reinsertado no significa una asimilación de la
sociedad de quienes provienen del conflicto, por el contrario estos entran a un
juego con muchísimas desventajas, escolares, psicológicas y económicas,
desventajas que el Estado solo suple de manera mediocre y sin un seguimiento
adecuado, este punto es de vital importancia para interrogar a un gobierno que
sigue enarbolando la bandera de la desmovilización como una solución al
conflicto interno, pero que no prevé que dicha frustrante reinserción, para
quienes la realizan, deja la puerta abierta para volver a la criminalidad, lo
cual muestra uno de los factores que continúan alimentando a las Bacrim.
Por último
podemos encontrar en este tipo de relatos las verdaderas consecuencias de los
conflictos, consecuencias que se deben leer sin pretensiones moralistas o ideológicas,
sino con la mira puesta en soluciones de fondo a una guerra que tiene su base
en lo más profundo del entramado social, en las paupérrimas condiciones de
quienes alimentan con sus cuerpos los combates y la prensa, y que muchas veces
se justifica en la precaria presencia del Estado o la ausencia de este.
[1] Bucheli Gómez,
Marcelo. Tras la visita del señor Herbert: United
Fruit Company, elites locales y movimiento obrero en Colombia (1900-1970).
En: Empresas y empresarios en la historia de Colombia, siglos XIX y XX. Cepal,
Editorial Norma, Universidad de los Andes. Bogotá, 2003.
[2] Lo que
prueban los memorandos de Chiquita Brands. En: La Silla Vacía. Abril 11 de
2011. Disponible en web: http://www.lasillavacia.com/historia/lo-que-prueban-los-memorandos-de-chiquita-brands-23173
[3] Ávila,
Ariel Fernando. Contexto de violencia y conflicto armado, en: Monografía
político electoral del departamento de Antioquia. En: López Hernández, Claudia.
Editora. Y Refundaron la Patria… de cómo mafiosos y políticos reconfiguraron el
Estado colombiano. Editorial Debate, 2010.
[4] Ibid. p.
4.
[5] La Contrarrevolución
de Urabá. en: Semana lunes 12 de 1989. Disponible en web: http://www.semana.com/especiales/contrarrevolucion-uraba/25678-3.aspx
[6]
Entrevista realizada en 2010, en Bogotá.
[7] Mario
dice que no son paramilitares, sino autodefensas.
[8] El
entrevistado muy pocas veces hace referencia a que grupo guerrillero se
refiere, al parecer para el todos los grupos guerrilleros caben en esa
categoría sin distinción de particularidades.
[9] Medina
Gallego, Carlos. Autodefensas, paramilitarismo y Narcotráfico en Colombia.
Editorial Documentos Periodísticos. 1990.
[10] Arias
Ortiz, Angélica. Contexto de violencia y conflicto armado, En: Monografía
político electoral del departamento de Cundinamarca. En: López Hernández,
Claudia. Editora. Y Refundaron la Patria… de cómo mafiosos y políticos
reconfiguraron el Estado colombiano. Editorial Debate, 2010. p. 4
[11] Pérez
Salazar, Bernardo. El Paramilitarismo en Bogotá y Cundinamarca, 1997 -2006. En:
Parapolítica, la ruta de la expansión paramilitar y los acuerdos políticos.
Editor: Mauricio Romero. Cerec, Corporación Nuevo Arco Iris. Bogotá, 2007. p.
63.
[12] Ibid.
p. 61.
[13] López Hernández,
Claudia. La refundación de la Patria, de la teoría a la evidencia. En: López
Hernández, Claudia. Editora. Y Refundaron la Patria… de cómo mafiosos y
políticos reconfiguraron el Estado colombiano. Editorial Debate, 2010
[14]
Braunstein, Néstor A. Eric Kandel: La mnemociencia como “ciencia natural”. En:
La memoria inventora. Editorial siglo XXI, Buenos Aires. 2008. p. 107.
[15] Ibid.
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Bibliografía
v Entrevista a Desmovilizado de las AUC. 2010, en Bogotá. Guiada por la Psicóloga de la Universidad Piloto de Colombia, Carolina Jiménez.
v Semana.com
v LaSillaVacia.com
v ElTiempo.com
v Bucheli Gómez, Marcelo. Tras la visita del señor Herbert: United Fruit Company, elites locales y movimiento obrero en Colombia (1900-1970). En: Empresas y empresarios en la historia de Colombia, siglos XIX y XX. Cepal, Editorial Norma, Universidad de los Andes. Bogotá, 2003.
v López Hernández, Claudia. Editora. Y Refundaron la Patria… de cómo mafiosos y políticos reconfiguraron el Estado colombiano. Editorial Debate, 2010.
v Medina Gallego, Carlos. Autodefensas, paramilitarismo y Narcotráfico en Colombia. Editorial Documentos Periodísticos. 1990.
v Pérez Salazar, Bernardo. El Paramilitarismo en Bogotá y Cundinamarca, 1997 -2006. En: Parapolítica, la ruta de la expansión paramilitar y los acuerdos políticos. Editor: Mauricio Romero. Cerec, Corporación Nuevo Arco Iris. Bogotá, 2007. p. 63.
v Braunstein, Néstor A. Eric Kandel: La mnemociencia como “ciencia natural”. En: La memoria inventora. Editorial siglo XXI, Buenos Aires. 2008. p. 107.