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13 sept 2011

Iggers y las nuevas tendencias posmodernas (Historiográfico)

Primero abría que aclarar que Iggers no cree en un fin del pensamiento ilustrado en la historiografía, sino que lo visualiza como escarmentado[1], no aniquilado, ante estas nuevas tendencias posmodernas. Lo segundo seria indicar que Iggers pretende asumir una posición “receptiva” aunque “critica”[2] frente a dichas tendencias, en las cuales ve una reorientación de carácter fundamental, ya que dicha reorientación cuestiona premisas antiquísimas (historia describe personas que existieron, tiempo unidireccional, historia por acciones humanas claras, la Historia es hecha por pueblos civilizados, etc.), que se remontan o bien hasta el siglo XIX o incluso hasta Grecia, espacios en que la historia estaba ceñida a la literatura.

Iggers reconoce que estas tendencias no son un desarrollo natural del quehacer científico, y por el contrario, responden a unas causas específicas, algunas coyunturales (I y II Guerras Mundiales, caída de la URSS) y otras que se remontan a la contemporaneidad del nacimiento de la historia como disciplina académica.

Iggers, remontándonos hasta Nietzsche, muestra los cuestionamientos que ya se hacían a finales del XIX a la búsqueda de una verdad absoluta; esta búsqueda, que se sustentaba en una libertad de la subjetividad del autor y llamaba a una separación de la literatura, escrudiñaba tras de estas pretensiones cientificistas pretensiones de poder, como Iggers lo señala en Ranke. Esta crítica al racionalismo ilustrado fue asumida por las derechas europeas de la línea del pesimismo Spengler, la critica sin embargo cayó en descredito por su cercanía a los regímenes totalitarios de la primer mitad del siglo XX. Para los 60 la desconfianza en el raciocinio ilustrado paso a la izquierda, no entendida como el marxismo que pese a tener un sentido crítico aun hablaba de una historia desde el Estado, desde un poder centralizado, y aun continuaba viendo la historia con un sentido claro. La critica desde, por ejemplo, Foucault era mucho más dura ya que mostraba que el poder no se centraba en un Estado central sino en las relaciones cotidianas y en instancias no necesariamente institucionalizadas, este tipo de críticas aleja las explicaciones históricas de unos marcos políticos cada vez mas desacreditados.

Este desencanto con el racionalismo ilustrado se empieza a vincular con una naturaleza dual de la ilustración que mostraba por un lado la igualdad a través del dominio de la naturaleza que conllevó a un dominio de lo humano y la desnaturalización de este. La historiografía intenta mostrar todo lo que el racionalismo ilustrado a dejado por fuera de la historia, todo lo que se había mantenido como naturalmente dominado. Este dominio de la humanidad por la misma humanidad, que desbocó en las catastróficas guerras mundiales y en los regímenes totalitarios, mostró la necesidad de una historiografía desideologizada[3]. Es la despolitización de los historiadores que han visto como la historiografía fue usada para sustentar proyectos contra la humanidad misma y a favor de objetivos estatales aberrantes. Esta pérdida de fe en el racionalismo ilustrado de mitad del siglo XX dejaba aun la puerta abierta al materialismo histórico que se mantenía como explicación de la historia humana, sin embargo el marxismo había caído a la categoría de doctrina con el leninismo y había atado su destino al destino de la URSS. A su caída parecía que la ultima explicación de todo caía también, el aparente triunfo de la clase obrera no había llevado al destino prometido por los marxistas, el capitalismo, cada vez mas apuntalado en el consumismo parecía triunfar, y la historia como ciencia no había podido predecir dicho cambio, lo cual terminó por desencantar a los aun poco encantados que quedaban, los llamados metarelatos caían. Aunque Iggers muestra que precisamente la URSS y la Republica Democrática Alemana cayeron por una renuencia a entrar en la modernidad que proponía el racionalismo ilustrado, pero al parecer esto no se interpretó de esta manera. Como fuera el posmodernismo, entendido como “el fin de todas las modalidades de referencia”[4] parecía ser la única salida.

Viendo una pérdida de fe en la capacidad predictiva de la ciencia lo que conlleva al abandono del estructuralismo, Bejarano en su apocalíptico ensayo para el caso colombiano[5], comparte algunas de las causas que Iggers enuncia: La des-politización de la historiografía; el desencanto generacional de los historiadores[6], el derrumbe de las grandes teorías económicas y el declive del marxismo (lo anterior lo adopta Bejarano de Lawrence Stone)[7]. A esto le suma la des-intelectualización de la economía[8].

Hay que llamar la atención en que la llamada caída de los paradigmas, que aun no se radicalizado en Colombia, guarda estrecha relación con las coyunturas propias del país, así como guardó relación con la situación europea y norteamericana de mitad del siglo XX. A diferencia del primer mundo en Colombia la posguerra fue menos traumática o inexistente, y la Violencia fue una excusa para el crecimiento de las ciencias sociales que intentaron explicar las aberrantes escenas que en los 60 habían salido a la luz, también abría que preguntarse por las falsas esperanzas que despertó la constitución de 1991, y que posiblemente incidieron en un desencanto de las ciencias sociales en nuestro país, pero eso daría para mucha más tinta.

Volviendo a Bejarano, muestra que la principal causa de las nuevas tendencias historiográficas se explica como un extravío del camino; según Bejarano las tendencias (la microhistoria, la historia intelectual, la historia socio-cultural, etc.) estaban encaminadas a ampliar la perspectiva de una historia total, sin embargo en ese rumbo terminaron anhelando ser campos separados “descuajados de la totalidad” incluso queriendo ser ellas mismas un paradigma[9]. Así se llego a la fragmentación y la dispersión, es lo que hemos llamado la pérdida de un norte cognitivo, es decir, que lo que parecían problemas de método se convirtieron en “temas dispersos de la historiografía”[10].

La posición de Bejarano, a diferencia de la de Iggers, es más clara; Bejarano defiende el racionalismo ilustrado y rechaza el “nihilismo cognoscitivo posmoderno” es decir la falta de propósito de las nuevas tendencias[11] que llevan a la historia a una debacle. Iggers por el contrario ve en las nuevas tendencias una “matización”[12] de la historiografía que ha reconocido que alejarse de la subjetividad de lo humano es encubrir la afiliación a un proyecto de poder. La fragmentación que Bejarano ve como trivialización para Iggers es una ganancia de significados[13], por lo anterior, el pensar en el fin de la historia, fin de la ilustración, fin de la historia como ciencia, es revaluado por Iggers quien muestra que las nuevas corrientes historiográficas lo que están haciendo es revalidar, y no destruir, los axiomas más antiguos de la historia. Por ejemplo el caso de el tiempo, que según Iggers no es cuestionado. Este sigue siendo un vector en el cual se posiciona la historia, pero la dirección de ese vector si es debatida ya que no es necesario pensarlo apuntando a un seguro progreso, así mismo el foco varia, de lo grande se dirige a lo más pequeño, aunque abría que preguntarse si algunos historiadores no se resignan a lo pequeño, a unos cuantos datos y cifras de un archivo de dos o tres ciudades en 5 o 6 años y nunca pasan a los tiempos mas largos, tal vez a eso se refiere Bejarano con la pérdida del camino, o mejor aún, quedarse a medio camino de explicación histórica más relevante.

La posición neutral de Iggers, aunque un mucho más preocupada, es compartida por Melo quien reconoce que el estudio de las mentalidades “invita en cierto modo a la fragmentación”[14] en un contexto de proliferación de publicaciones. Si bien dicha fragmentación es una oportunidad para ampliar la perspectiva del conocimiento histórico, Melo ve con preocupación que los jóvenes historiadores hayan acogido la atomización de los temas con sentido poco critico, e incluso banal como lo argumenta Bejarano. Hacia el final, siguiendo a Bejarano y casi sin reconocerlo abiertamente, Melo ve un panorama pesimista para la historiografía colombiana. La posición de Melo no es contra el posmodernismo si no contra la aplicación de los cuestionamientos del posmodernismo de una manera mediocre, banal y descuidada por parte de los historiadores a inicios del siglo XXI. Lo que conllevaría a un distanciamiento cada vez más grande entre las ciencias sociales y la historia e incluso a la obsolescencia de la misma.

Si bien la fragmentación es evidente, esta es producto de unas causas especificas, como lo mostró Iggers, esas causas especificas sin embargo ya son hechos en si mismo históricos, pertenecen al pasado. El siglo XXI parece abrirse con otros hitos históricos, el mundo cambio demasiado en menos de una década (el 11-S, el calentamiento global, la emergencia ambiental, la inestabilidad cada vez mayor de la economía capitalista, el auge de nuevas economías. etc.) podría llevar a bien a volver a viejas y aun vigentes explicaciones (como la ofrecida por el materialismo histórico que Iggers y Bejarano ven aun como validas) o bien a una estructuración más coherente de las nuevas tendencias que cuestionan el poder central, el progreso lineal y la objetividad misma de la historia. Los nuevos hechos históricos, como los del siglo XX, marcaran, crearan y derrumbaran paradigmas tal como paso en el siglo pasado.



[1] Iggers, Georg G. La ciencia histórica en el siglo XX, las tendencias actuales. Idea Universitaria. Barcelona 1998. p. 11.

[2] Ibid. p.12.

[3] Iggers. Op, cit. p. 14.

[4] Dufour, D R. Locura y Democracia, ensayo sobre la forma unaria. 1996. Fondo de Cultura Económica. México, 2002. p. 42. El fin de dichas modalidades de referencia, en este autor, es entendido como el paso hacia la autoreferenciación del sujeto, lo cual se podría especular como una causa de que cada quien investigue lo que su parecer dicta y no lo que un proyecto político le indique.

[5] Bejarano, Jesús Antonio. Guía de perplejos: Una mirada a la historiografía colombiana. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Departamento de Historia. Universidad Nacional de Colombia. No. 24. 1997. pp. 285 – 329.

[6] El desencanto tiene que ver con un país alejado de cualquier posibilidad de paz y unos graves problemas de narcotráfico. El desencanto era creciente por parte de una generación de intelectuales que en su mayoría habían creído en el marxismo como salida a muchos de los problemas del país y de la humanidad misma.

[7] Bejarano. Op, cit. p. 309.

[8] De la cual asegura que cae en una especie de juego de formulas que simplemente adaptan los hechos a las mismas en un juego de “puzzle”

[9] Bejarano. Op, cit. p. 284.

[10] Ibid. p. 285.

[11] Ibid. p. 286.

[12] Iggers. Op, cit. p. 107.

[13] Ibid. p. 112.

[14] Melo, Jorge Orlando. Medio siglo de historia colombiana: Notas para un relato inicial. En: Discurso y razón: una historia de las ciencias sociales en Colombia, Francisco Leal Buitrago, Germán Rey, eds., Bogotá: Tercer Mundo Editores, 2000. p. 169.

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