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22 ene 2012

El conflicto en persona. Breve recorrido por el testimonio de un exguerrillero, exparamilitar y desmovilizado.


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 El fenómeno paramilitar en Colombia ha sido uno de los más sonados en el contexto latinoamericano sobre la violencia reciente, pero ha adquirido vital importancia desde que los procesos de desmovilización, llevados a cabo por la administración de Uribe, dejo ver el trasfondo de un proceso más complejo, procesos de captura de las democracias regionales, alianzas con militares y patrocinios por parte de multinacionales. Bajo este programa de desmovilización se promovió la iniciativa de reinsertar a los excombatientes en la sociedad civil, para hacerlos participes de una nueva construcción de sociedad, construcción en la que el Gobierno del presidente Santos prevé apuntalar en falsa ilusión de un conflicto terminado. Este fue por lo menos el discurso oficial, veremos con la siguiente exposición que las cosas fueron más complejas.

Otro discurso, el no oficial, era aquel que provenía de quienes pretendían dibujar al paramilitarismo como la fuerza armada de las derechas colombianas, como personajes siniestros que respondían a un fin ideológico claro, con una relación apuntalada en la apropiación de la tierra por parte de elites políticas locales. Estos paramilitares no eran una fuerza contrainsurgente sino un grupo de matones a sueldo que tenían un fin económico.

Los dos anatemas se encontraron una y otra vez, no en los medios de comunicación, pero si en diversos ambientes políticos, sin embargo los grandes discursos ideológicos, el que propugnaba la necesidad de la legalidad del paramilitarismo a través de un proceso de desmovilización, y el que veía en las autodefensas solo una forma de reconfigurar el estado para dejar por fuera cualquier cambio social, dejaron por fuera los relatos mas micro, los relatos de aquellos que convivieron a diario con el conflicto y que no entendían de grandilocuentes discursos sobre captación del estado, neoliberalismo, socialismo o democracia, por el contrario vivieron según los avatares propios de su contexto y no de grandes ideologías de los altos líderes de las organizaciones políticas o armadas.

Con este trabajo se pretende rescatar un breve relato de uno de estos hombres, de uno de los que halaba del gatillo según la orden que así lo dispusiese, y que vivió el proceso completo de la violencia reciente, desde su infancia hasta su desesperanzadora vida como reinsertado. 

Su infancia y su contexto, los primeros pasos en la violencia; la guerrilla.

El Urabá siempre ha sido una región reconocida por su producción bananera, en especial en el siglo XIX y XX, la gran corporación que controlo la explotación de dicha fruta fue la famosa United Fruit Company. La región fue prospera para estas empresas durante el periodo republicano y en especial en el siglo XX. Hacia 1970 la United Fruit Comany, después de algunas ventas de acciones, paso a llamarse United Brands. Esta compañía se replegó, no del todo, hacia Centroamérica ha mediados de dicha década, justo cuando el conflicto armado en la región iniciaba, en gran parte por la fuerte presencia de grupos como el EPL y las FARC, este periodo también coincidía con la creación de empresas colombianas como Banacol. Hacia finales de los 80 la empresa fue adquirida por Peter Lindner, quien cambió el nombre a Chiquita Brands[1], la misma compañía que tendría problemas judiciales en el 2007 por patrocinar grupos paramilitares en la región[2].

A parte de las grandes regiones dedicadas al cultivo de banano, el Urabá, se caracteriza por grandes terrenos que aún permanecen sin colonizar, y un gran conflicto entre patronos y sindicatos, que en especial en la región habían adquirido una gran cantidad de adeptos, para mediados de los 80 contaban con más de 18.000 trabajadores sindicalizados[3].

“El  cultivo  de  banano  y  la tradición sindicalista caracterizan la zona como un enclave donde la seguridad privada fue utilizada para el exterminio de los diferentes sindicatos”[4] lo que hizo que esta región fuera enclave de grupos armados que presionaron de tal forma a los bananeros al punto que estos decidieron establecer contacto con grupos armados provenientes de Córdoba, a fin de establecer una especie de contrarrevolución[5].

El sujeto en cuestión es un hombre de 35 años, al que llamaremos Mario, nació en esta convulsionada región del Urabá. Desde pequeño su situación material fue precaria, su madre no pudo sostenerlo por lo cual tuvo que dejarlo en la custodia de un tío. Si bien el tío lo vestía y lo alimentaba este no le pudo dar ningún tipo de educación, según el entrevistado no solo por falta de dinero sino porque no habían escuelas: “en ese entonces no existía la escuela, si existía en una vereda era muy raro“[6]. Lo cual en parte evidencia la poca injerencia que el Estado había hecho en la región, gran parte de la organización de la sociedad siempre dependía de los grandes emporios económicos regionales o de las elites de la zona: “En el caso mío, en la tierra mía, uno nunca conoció la fuerza pública”.

El rumor de la guerra le llegó a Mario por parte de otro tío, no el que lo criaba, sino otro que estaba vinculado a la guerrilla. Este tipo de vinculación se daba a través del afecto, ya que en medio de un ambiente de precaria situación material la guerrilla se mostraba como opción para alcanzar las necesidades mínimas que familiarmente son difíciles de obtener: “se va un hijo mío para un grupo porque yo no tengo la capacidad de darle lo que el necesite, de darle un estudio, de comprarle una pantaloneta, de comprarle una muda de ropa” dice el entrevistado citando las palabras de su madre al saber que este se vinculaba a la guerrilla, la cual, se ganaba a sus nuevos reclutas construyendo los ya mencionados lazos de afecto; “empiezan dándole a uno cosas para comer, le daban a uno dulces, bobadas, le prestaban el armamento, cuando uno es chino le gustan mucho los armamentos y uno quiere hacer muchas cosas”, lo que diferencia a la guerrilla actual que se ha visto forzada a la reflotación forzosa.

Otro atractivo para vincularse a la guerrilla era la posibilidad de obtener poder: “los chinos decían: <>, el mandaba toda la zona en la guerrilla, mandaba más que la policía”. Este tipo de “mandos” se constituyen como un ideal de ser; “quiere algún día llegar a ser el mando, tener plata, pues como los jefes que son los que manejan todo”. Mario se vincula a la guerrilla teniendo 11 años, allí actuó dos años y luego fue trasladado a Villavicencio, donde descubre las fuertes normas de conducta de las FARC, grupo al que perteneció, según Mario las jornadas son extenuantes y no se les permite regresar a sus hogares, incluso este tipo de traslados son importantes para desconectar los vínculos familiares de los nuevos reclutas.

“…se da entrenamiento un mes, para saber cómo disparar, como defenderse del enemigo, como lanzar una granada, como manejar una ametralladora, un ML, un mortero; después de tres meses hay si toca prestar guardia, antes no porque se puede volar y puede decir en que sitio esta, uno ya se siente más vigilado, si me vuelo me matan y más en la zona donde uno esta, que todo el mundo dice si ahí va o por aquí paso”

No solo la deserción es causa de muerte, como relata Mario, la pérdida de armamento en combate, o el no cumplimiento de cualquier orden, todas son causales de muerte. Mario no habla de ningún tipo de juicio para disponer de la extrema sentencia. Los comandantes no solo regulan lo militar de sus subordinados, lo sexual es también controlado por el mando, el cual dispone de las mujeres según su conveniencia:

“en la guerrilla hay hartas mujeres, de diferentes edades, más que todo de doce en adelante, de dieciséis para abajo y chinas bonitas […] Si quiere tener una relación con un guerrillero, el mando es el que da permiso, pero si dice que no se puede, hay que respetar porque hay una orden y no se puede romper”.

Sin embargo el comandante si tiene acceso a todas las mujeres de la escuadra: “cuando una no quiera estar con el mando y él quiera estar con la guerrillera, el que manda manda y si quiere estar con la guerrillera, esta con ella”. Todas estas regulaciones de lo sexual tienen como pena por su no cumplimiento la muerte.

En la guerrilla Mario comete su primer asesinato, el cual parece ser fundacional para quienes ingresan al grupo armado; tenía unos quince años, según su testimonio las víctimas eran infiltrados de las autodefensas; “cuando fuimos ya estaban amarrados boca abajo en el centro de la plaza”, a lo cual solo seguía que cada uno de los reclutas le disparaba en la cabeza. Este, como muchos de los asesinatos que confiesa el entrevistado, son causados no por el sino por la orden de uno de sus mandos, lo cual actúa como una especie de liberalizador de culpa, como veremos más adelante esto será esencial en la construcción del pasado del sujeto, así los acecinados son puestos como un objeto y no como un ser humano, incluso sus familiares del combatiente, llegado el caso y si la orden del superior es esa, también son acecinados, acallando cualquier sentimiento o vinculo familiar: “Lo más duro para mí en la guerrilla fue cuando yo tenía como catorce años, vi matar a dos tíos míos, uno que tenía trece años y el otro dieciséis. Porque mi abuelito se negó a pagar la vacuna de $ 5.000.000”. Este hecho revela que el sujeto volvió a su zona de origen, pero que pese a ello no podía tener ningún vinculo afectivo que no fuera con su grupo guerrillero, lo cual muestra la ideología de este tipo de grupos de izquierda, ideología que va en contraversión de los ideales de familia y tradición expuestos por las autodefensas y que hacen cumplir en los miembros de sus filas, como veremos más adelante.

Su paso a las Autodefensas, la trágica madurez de un combatiente.

Un cambio sustancial para la vida de Mario se da cuando las autodefensas empiezan a hacer una fuerte presencia en la región, según Mario otro de sus tíos se dio cuenta de los abusos de la guerrilla y pidió colaboración al Batallón de Montería, allí “coordino con los manes y ellos se le metieron al mando, a Ramiro, y ya en eso le mataron a la familia y mataron 20 reces” este hecho fue la señal para mostrar el declive de la guerrilla en la región, y la necesidad de buscar otro tipo de grupo armado “porque la escuadra de la guerrilla donde yo estaba la estaban acabando entre el gobierno y las autodefensas”. Si bien, en medio del conflicto, este hecho pareciera ser irrelevante muestra un factor tal vez poco explorado de la guerra, y es que los sujetos que en ella participan como soldados rasos no se guían por posiciones ideológicas, sino factuales, es decir; sus lealtades están sujetas a quien logre brindar estabilidad económica, y según el grado de violencia, seguridad, no a un grupo que ofrezca un proyecto ideológico de país o de sociedad. Así empieza Mario su etapa dentro de las autodefensas[7].

“La guerrilla se lo lleva a uno con mentiras, dicen vallase que puede visitar a la familia cuando quiera, le damos plata, pero no le dan nada, allá uno no conoce la plata, en cambio en las autodefensas es diferente”.

Por lo cual Mario, a los diecisiete años, se “vuela” de la guerrilla. Este trámite no se da por iniciativa o acción espontanea de un sujeto, sino porque uno de los mandos negocia el traspaso de algunos hombres bajo su mando; “hay nos mandaron al ejercito y nos recogieron en un punto y hay ya nos mandaron para Santa Catalina” donde altos jefes de las autodefensas los recibieron; “y ya hay con Carlos Castaño y dijo: bueno si usted quiere trabajar conmigo trabaje”. Llama la atención que el ejército no solo ejerza funciones de combatir a la guerrilla sino que ejercen como facilitadores del traslado de combatientes a los paramilitares.

Estos grandes jefes paramilitares despliegan todo su poder para dar la bienvenida a los nuevos combatientes, según Mario los recibieron con buena comida, licor y baile, incluso relata que el show estaba a cargo de cantantes como Farid Ortiz y el mismísimo Diomedes Díaz, además de la presencia de “modelos de la televisión” que varias veces en pocos meses asistían a este tipo de reuniones, incluso sostenían relaciones sexuales con los altos mandos. A parte de lo anecdótico que pueda ser este tipo de reuniones, lo que si se deduce es un fuerte poder económico y social que tenían este tipo de grupos, que si bien eran negados públicamente por los medios la verdad era que regional, e incluso nacionalmente, eran personajes influyentes a los que la sociedad rendía tributo, debido precisamente, al poder que ejercían, esto se traducía en lo militar: “Las autodefensas tenían como unos 10 o 18 helicópteros, con radar, siempre se pintaba con logos de la cruz roja, así andábamos relajados”. Todo esto contrasta con las difíciles condiciones a las que se veían enfrentados, incluso los altos mandos, de las guerrillas, por lo menos después de los diálogos de paz del gobierno Pastrana y aun más con la llegada de Uribe al poder y los respectivos Plan Colombia y Plan Patriota.

No solo la bienvenida le muestra a Mario la opción de un buen futuro en las autodefensas, además de ello puede volver a reconstruir sus vínculos familiares, vínculos que anímicamente son tan importantes para los sujetos de extracción humilde “me gustaba porque podía visitar a la familia”. Además de ello sus condiciones materiales mejoraron sustancialmente “dan buena dotación, allá hay médicos, odontólogos, lo respetaban a uno por la antigüedad, por la hoja de vida, ganaba más”, su salario podía oscilar entre los $300.000 y los $700.000, lo cual es bastante para un campesino en Colombia.

Sin embargo esto no quiere decir que la vida de un paramilitar sea fácil, las jornadas son extenuantes regularmente, sin embargo algo que el entrevistado describe con especial detalle son los entrenamientos, o cursos contraguerrilla. Estos se dan en condiciones precarias, con poca comida y poca agua, en zonas calientes del país, durmiendo una o dos horas diarias y con una fuerte exigencia física. La duración era de un mes y medio, periodo en el cual no había ninguna forma de deserción, la única forma de evitar la continuación del curso era la muerte, generalmente propinada por quienes lideraban el proceso o por el mismo combatiente que debido a lo insoportable de la experiencia optaba por el suicidio. Así, pasando de la fiesta de bienvenida a los cursos de contraguerrilla, la ilusión de bienestar que parecía mostrar el inicio de su vida como paramilitar se va desvaneciendo en su relato, y seguramente fue así también en su vida. Continuando con la terrible instrucción, Mario continúa con su relato:

“…faltando dos días, nos quitaron los fusiles, nos metieron candela en una loma, eran muchos metros, lo prendían y decían corran, en la última ya a uno le tocaba arrastrarse hacia abajo y esa candela nos estaba quemando, yo le dije al instructor máteme, y como teníamos los fusiles sin cartuchos, se lo tire a la cara a ese hiejueputa, le dije –máteme-, me dijo: -Gaviria sabes que nadie te va a matar, siga, siga- y el man no me quiso matar, me salve, estaría de buenas; muchos se caían se quedaban morían quemados, mataron artos, otros se volaron y los dieron de baja, y si pedía la baja los mataban”

De los ochocientos, que entraron con Mario, solo doscientos superaron el curso, si este lo relatado es cierto es verdad muestra que los combatientes que lograban este tipo de procesos eran personas con una gran capacidad física y mental para la guerra, lo cual además causaba un gran golpe anímico que borraba cualquier debilidad psicológica, por medio de estos entrenamientos se construían no solo soldados doctos en tácticas de combate, sino casi guerreros deshumanizados, liberados de cualquier esperanza y solo constituidos por la necesidad de seguir ordenes.

Los combates con la guerrilla, para quienes superaban el curso, eran igualmente duros: caminatas de cinco o seis días, “tocaba pelear con la guerrilla sin comida, teníamos la comida pero no podía comer porque si se descuida uno lo podían matar”, la dureza de las jornadas y los entrenamientos, hacían que la idea del suicidio permaneciera siempre en la cabeza de Mario como la salida más rápida a la insoportable situación:

“-Me mataran cuando se me acabe la munición y que me cojan- relata Mario lo que pensaba en combate -me vuelven nada, me machetean, no, yo mismo me mato- por eso yo era una persona que siempre cargaba tres cartuchos por aparte, me hubiera puesto el fusil acá en el cuello, bajo el seguro y de una vez las vota todas, uno dos tres, los tres cartuchos, ya uno muerto no siente, así hizo más de uno”

Esta idea del suicidio no es solo recurrente en Mario, ya que según él varios de sus compañeros recurrieron a la extrema medida, en especial en los cursos de contraguerrilla.

Fuerzas del Estado y Autodefensas, el negocio de la guerra.

Las relaciones entre los militares y las autodefensas eran, al parecer, comunes. El entrevistado narra, aparte del hecho ya comentado líneas arriba, como en varias ocasiones el ejercito prestaba colaboración a las autodefensas, o viceversa: “Nosotros éramos amigos con los manes llegábamos de permiso y antes nos cuidaban, llamábamos al ejército y les decíamos necesitamos apoyo, eso lo manejábamos con un control y dábamos las coordenadas”.  Estas relaciones no aplicaban para toda la fuerza pública, ya que a los policías no se les respetaba de la misma manera que a los soldados del ejército, esto al parecer por que los policías prestaban igual colaboración a los guerrilleros y a las autodefensas. Mario narra cómo en San Pedro de Guajaray, un pequeño municipio de Cundinamarca en limites con el Meta, los policías vendían municiones a los paramilitares y a la guerrilla[8] sin distinción, tras lo cual un tal Don Mauricio, jefe paramilitar, les exige que solo vendan municiones a su grupo. Sumado a esto se puede pensar que paramilitares, guerrilleros y miembros del ejército, comparten un mismo estrato social campesino, que pareciera diferenciarlos de los policías, según el entrevistado:

“…la policía lo trata mal a uno, un soldado no, si ustedes ven diez años atrás un policía le ponía un sello a un civil que porque era de pronto un guerrillero, porque era pobre, siendo un miserable trabajador, en cambio un soldado raso mantiene más en el área y sufre más, no hace esa acción de la policía, se la pasan en los pueblos de vagos robando y coge a un pobre civil y lo estropea todo”

Este especial resentimiento se traduce en combate: “soy el primero en meterme a matarlos, (a los policías) porque ellos no miran sufrimiento de un campesino, de un guerrillero o de un pobre civil”. Se deduce que, por lo menos en esta zona del sur oriente de Cundinamarca, hubo varios enfrentamientos entre las autodefensas y miembros de la Policía Nacional.

Estas relaciones con las fuerzas oficiales eran bastante sórdidas, incluso en los procesos en lo que los combatientes se entregaban a las autoridades, donde no primaba el cumplimiento del deber, sino las relaciones económicas que estos procesos podían despertar:

“El día que me entregue al ejercito y nos fuimos para las autodefensas, me decían los del ejercito te damos $ 500.000.000 si tu nos dices donde está el Viejo (Comandante), yo le decía: -si usted quiere cogerlo, valla y búsquelo, que ustedes saben donde esta, ustedes saben quiénes son los mandos, ustedes mismos los llevaron ese día para que nos contrataran las autodefensas, que hicieron esa fiesta, ¿hubieran cogido a esa gente, en ese momento, no?. El estado coge a un man y le pregunta -¿Dónde esta el jefe suyo? Si el man es idiota y dice donde está pensando que le van a dar algo, hay lo cogen y el man endulzado por la plata se va. Ahí es cuando van y le dicen al viejo X -fulano dijo esto-, entonces el jefe le dice al ejercito -le voy a dar tantos millones para que me lo traiga-, entonces la misma guerrilla los mataba, en el caso mío era para ver si yo caía en la trampa, yo como si me hice el huevon”

El principal “cliente” de las autodefensas fue el narcotráfico, el cual resulto fundamental en su fundación en los tiempos en que el MAS operaba en Puerto Boyacá[9], Mario relata como algunas de sus actividades estaban destinadas a proteger los cultivos de coca, con complicidad de las autoridades: “nosotros más que todo protegíamos era la coca, para que la guerrilla no fuera a quitarle la plata a la gente, los campesinos la cultivan y nosotros comprábamos la base, para cuando eso los jefes compraban el kilo a $ 2.000.000”, esta base era transportada con apoyo de la Policía Nacional según el entrevistado: “la policía decía: -bueno vamos a negociarlo por $40.000.000 o $70.000.000- y ya negociaban”.

Desde 1997, una vez unificadas las AUC, estas habían hecho presencia en el oriente del departamento, en especial el Bloque Centauros y las Autodefensas Campesinas del Meta y Casanare, liderada por Martin Llanos[10]. La llegada de las AUC, a esta región del piedemonte llanero, coincidió con un proceso de “relocalización” de la hoja de coca en el país, proceso nacido de la ofensiva militar del Plan Colombia, el cual hizo que la guerrilla de las FARC se replegara en el sur del país (Putumayo y Caquetá) reduciendo los cultivos ilícitos, por consiguiente, zonas como las del centro del país, cobraron importancia en este materia[11], y el control del narcotráfico recayó en las organizaciones paramilitares.

En estas organizaciones duro nuestro entrevistado por ocho años, cinco años como “raso”, ejerciendo como centinela y guardia. Los otros cuatro logro obtener un mando medio; “Me dieron escuadra, me tocaba estar pendiente de doce chinos,  después fui comandante de escuadra, estaba pendiente la escuadra, centinelas, de la comida del día, que estén limpios”.

Desmovilización y reinserción, la reconstrucción de la vida

La ambigüedad del término paramilitar, que aun no lograba definir a este tipo de grupos armados, se acentuó con la Ley 975 de 2005, “Justicia y Paz”[12], ya que se produjo una desbandada de entregas de diferentes grupos delincuenciales, dejando a todos bajo el manto del término “paramilitar”. Por esta época Mario inicia su proceso de desmovilización, transición de la cual no habla mucho.

Mario, como reinsertado del proceso de desmovilización, tuvo que venirse para Bogotá, y empezar de ceros. El choque con la ciudad se da en gran medida por la falta de competencias laborales que estos sujetos no han desarrollado, lo cual los deja al margen la mayoría de las veces, y si bien la “reinserción” prevé que los excombatientes estudien, a decir verdad esto no deja de ser mas que una buena intención, ya que los promedios de edad muchas veces superan los 25 o 30 años, edad a la cual es difícil adaptarse a un programa de secundaria o incluso de primaria, procesos que son requisito para lograr acceder a un curso práctico en el SENA.

Mario, como ya dijimos, nunca tuvo acceso a una educación básica, primero porque no podía y segundo porque sus funciones no lo requerían. Una vez en Bogotá empezó trabajar y estudiar en la noche; “es duro porque uno como desmovilizado no tiene alguien que le enseñe letra por letra, los profesores de séptimo que se van a poner a eso”. Por lo cual su adaptación a el sistema educativo es traumática; “estoy es perdiendo el tiempo, yo quiero aprender pero así como ellos me exigen (los docentes), me estoy haciendo es un daño”. Lo que a futuro significará la deserción escolar, y en un sistema económico como el nuestro, basado en competencias y no en las capacidades humanas, significa poca posibilidad de movilidad social. Lo cual deja abierta siempre la puerta a que estos sujetos vean como una buena opción, después que se le han cerrado muchas posibilidades, la de volver a la delincuencia, donde su “experiencia laboral” si cuenta. Por lo cual Mario se lamenta; “no voy a conseguir un empleo bueno porque me exigen un nivel de estudio y no se casi nada, leer un poquitico, escribir casi no, más de un muchacho esta en ese problema y no tenemos una respuesta del estado”. Para la fecha de la entrevista, Mario vivía con uno de sus hermanos en un apartamento, por vías propias, y no del Estado, había logrado conseguir un trabajo en ebanistería, allí fue contratado por tres meses y debido a las capacidades del entrevistado, logro ser contratado por tres años más. 

No todo en el proceso de desmovilización es malo, Mario asegura que tiene ciertos beneficios, como salud, atención psicológica, y algo que llama mucho la atención; “no tenía contacto con civiles, se pierde contacto con las personas, y ahora tengo contacto, charlo con la gente y somos amigos”, es decir que para un desmovilizado, el hacer parte de nuevo de una comunidad, es benéfico, pese a que esto le acarree algún tipo de discriminación.

Si bien estas ventajas son importantes, hay tal vez una falencia, que aun personaje venido de un conflicto armado, le parece muy relevante, y que a todas luces el Estado no soporta, ni para él ni para ningún ciudadano de menores recursos; “no ofrecen seguridad, no tiene capacidad para eso”. Este miedo constante es mayor que el de la inseguridad económica, ya que es la vida misma la que está en juego, por lo cual siempre está la posibilidad de regresar o de vincularse a una “banda emergente”:

“Los que estamos acá de las autodefensas que estamos en el programa decimos, -si esta cosa se llega a agravar nos devolvemos otra vez, que nos maten, pero que nos maten con un fusil en la mano- […]no me han matado porque a los que han mandado manes con los que yo trabaje hace rato en la seguridad, ellos me dicen: -nosotros no le vamos hacer nada-, pero si mandaran gente que no me conoce me mata, lo hacen de una, quien sabe si volverán, pero si me matan pues ese era el destino mío”

Los medios de comunicación en días pasados llamaban la atención sobre el “fenómeno” de las Bandas Criminales (Bacrim), y como estas han adquirido tal poder que han logrado enfrentar al Estado y rebosarlo en varias zonas del país. Sin embargo, teniendo en cuenta el ejemplo del proceso de desmovilización de Mario, que no es la excepción a la regla, sino al parecer la regla, aun estamos muy lejos de poder llamar equiparar la desmovilización de las AUC con la reinserción de sus miembros a la sociedad civil. Dicho proceso es defectuoso y no ha contado con las particularidades de los casos que atiende. Es probable pensar que gran parte del fenómeno de violencia causado por las Bacrim se debe a dos motivos: Uno, proceso de desmovilización viciado y pensado por las elites políticas para lograr cooptar el poder electoral que estos grupos tenían, causando una ruptura entre las elites y los grupos armados[13]; dos, un proceso de reinserción defectuoso que deja sin orientación y facilidades verdaderas a los pocos sujetos, que como Mario, si se desmovilizaron efectivamente. Y pese a ese factor aun vemos como el gobierno nacional promulga la desmovilización como la salida a quienes hacer parte de estos grupos al marguen de la ley.

Algunos aspectos emocionales

La vida emocional de un sujeto es simplemente pasada por alto en cualquier historia que muestre procesos de larga duración, sin embargo en el ejercicio que nos proponemos hacer con la vida de Mario, estos aspectos emocionales son vitales para entender cómo afecta el conflicto a quienes en él participan activamente, bien sea como víctimas o como victimarios. Esto sin llegar al postulado sin sentido de quienes pretenden ver en lo micro un modelo traspasable a lo macro; es decir, que el caso de Mario no se puede proponer a ultranza como un modelo para todos sus similares, por lo cual la historia de vida, como herramienta historiográfica, no debe servir como fin último de la historia, sino como medio para encontrar estructuras temporales sociales más grandes y de mayor alcance. 

Hecha la anterior salvedad volvemos a Mario, entendiendo que el relato que el entrevistado a evocado es, una construcción a posteriori de sí mismo, es decir; los recuerdos relatados no son la reproducción de los hechos reales, sino una construcción que el sujeto hace de si vida. Así en la memoria del autor (que para nuestro caso es Mario, quien esta relatando su vida como quien escribe una autobiografía) hay que ver cuatro aspectos; el acontecimiento, al cual no tenemos real acceso; el recuerdo, que está en la memoria de Mario; el relato, que se hace de sí mismo; el otro, quien al presenciar el relato de quien lo enuncia también lo deforma[14]. Es decir “El suceso, acontecido en el pasado, es inaccesible para el sujeto recordaror por efecto de las leyes del lenguaje por una parte y, por otra, la represión que actúa antes del acontecimiento y de su registro”[15]. Por lo cual cualquier análisis que se haga sobre un testimonio como el presente, si partimos de estos supuestos, debe tener en cuenta que dicho testimonio es un relato subjetivo, construido por su pasado, su situación actual y la presencia de quien escucha.

Uno de los aspectos vitales en la construcción emocional del sujeto es la familia, la de Mario se presenta como, posiblemente, arquetípica. Su papa lo abandonó a los tres años, y su mama no pudo sostenerlo, como ya mencionamos. Esta figura paterna fue llenada en un principio por su tío. Sin embargo Mario mostro un rencor respetuoso hacia su padre cuando volvió a encontrar a este:

“Para mí si su papá lo deja tirado, no sabe que usted come, que usted viste, que lo necesita, ese hijo se convierte en un enemigo para usted, yo lo alcance a conocer ahora de grande, tenía como 30 años, fui a visitarlo solamente para ver qué cara ponía, a los hermanos míos les lleve ropa, les lleve muchas cosas  y a él no le lleve nada, el me dijo que porque no le llevaba nada, yo le dije: cuando usted siembra como a un árbol, es para recoger, eso le dio tanta vaina que se puso a llorar, y le dije no se ponga a llorar a mi me da duro no traerle nada, pero cuando usted siembra algo es para recoger”

Basado en los preceptos freudianos se podría que la falta de su padre significo la falta de ley en su familia, falta que su tío no pudo suplir, aunque como ya se dijo la entrada de Mario a la insurgencia se ve facilitada por sus difíciles condiciones económicas, a lo que también se podría decir que este tipo de organizaciones brindan, emocionalmente hablando, una especie de sentimiento paternal a los jóvenes campesinos que no han tenido esta presencia constante en sus vidas.

Su familia disfuncional de niño se reproduce en su adultez; Mario asegura tener tres hijos, dos niños y una niña, de los cuales ninguno vive con él, reproduciendo el modelo de un padre que abandona. Sus hijos no fueron con una sola mujer; uno vive en Urabá, otro en Bogotá y del otro no se especifica. Según Mario esto, como la mayoría de los actos negativos de su vida, no es responsabilidad suya en sí, pues prefiere que ninguno de sus hijos, o esposas, vivan con el por su precaria situación laboral y por la falta de seguridad que el Estado le brinda, lo que nos remite a lo que asegurábamos líneas arriba sobre la construcción de su propio relato.

Sin embargo, contrario a su constante forma de excluirse de la responsabilidad de sus actos, Mario tiene un pensamiento recurrente de culpa, que está atado a la acción de matar: “matar es un delito muy grande, pega en la conciencia”. Sin embargo, como ya se dijo anteriormente, a quienes se mataba no se los consideraba como personas, no se les trataba, simplemente se les ejecutaba, “pues a mí no me paso yo nunca  conocí una persona ni nada, a mi mandaban aquí tocaba hacerlo si no me lo hacen a mi”.

A la pregunta de si ha sentido las ganas de acecinar, ya como desmovilizado, Mario responde: “si uno si le da eso, pero dice uno tantas cosas que he vivido yo y he cambiado ya no me ensucio las manos con eso”. Incluso, cuando la entrevista se desvía hacia el tema de los falsos positivos Mario reprueba tales crímenes:

“es que en el caso mío soy franco y lo digo cuando a mi me mandaban que haga esto me daba duro, salve gente que nunca me hizo nada, ni los distinguí ni se quien es, si es un trabajador no se entonces es duro para uno”

Su creencia en que dar muerte es imperdonable se sustenta incluso en sus objeciones contra la Iglesia Católica “los curas dicen puede matar y robar y puede arrepentirse y ya está perdonado y la biblia dice otra cosa diferente”, para Mario, en su mentalidad, el perdón no es una cosa tan accesible, tal vez porque el mismo no se perdona muchos de sus delitos. Su culpabilidad es reafirmada por lo social “ya la gente lo mira a uno como ahí viene el matón”, pero pese a todo ello acepta sus actos, los cuales lo atormentan, en forma de pesadillas, las cuales acusa como su mayor problema psicológico en la actualidad: “porque en las pesadillas siento que me devuelvo para allá, veo cuando me iban a matar o cuando yo estaba apuntando para matar”. Así la culpa se convierte en un síntoma.



Conclusiones

Poco se puede concluir de lo que se ha narrado, sin embargo si se pueden extraer varias cuestiones que resultan evidentes de la vida de Mario. En primer lugar la poca incidencia que juega un discurso ideológico político en las decisiones coyunturales de los actores rasos de conflicto, como vimos, estas decisiones están sujetas al devenir de la vida diaria, y dichas decisiones son las que construyen una mentalidad.

En segunda medida podemos ver que cualquier paso por el conflicto acarrea con serias repercusiones emocionales y sociales; los vínculos familiares, afectados seriamente por las precarias condiciones económicas, son fuertemente afectados por el conflicto; y las duras condiciones de conducta que imponen a sus hombres los grupos armados, terminan por destruir emocionalmente a los sujetos.

En tercer lugar vemos como la vida de reinsertado no significa una asimilación de la sociedad de quienes provienen del conflicto, por el contrario estos entran a un juego con muchísimas desventajas, escolares, psicológicas y económicas, desventajas que el Estado solo suple de manera mediocre y sin un seguimiento adecuado, este punto es de vital importancia para interrogar a un gobierno que sigue enarbolando la bandera de la desmovilización como una solución al conflicto interno, pero que no prevé que dicha frustrante reinserción, para quienes la realizan, deja la puerta abierta para volver a la criminalidad, lo cual muestra uno de los factores que continúan alimentando a las Bacrim.

Por último podemos encontrar en este tipo de relatos las verdaderas consecuencias de los conflictos, consecuencias que se deben leer sin pretensiones moralistas o ideológicas, sino con la mira puesta en soluciones de fondo a una guerra que tiene su base en lo más profundo del entramado social, en las paupérrimas condiciones de quienes alimentan con sus cuerpos los combates y la prensa, y que muchas veces se justifica en la precaria presencia del Estado o la ausencia de este.




[1] Bucheli Gómez, Marcelo. Tras la visita del señor Herbert: United Fruit Company, elites locales y movimiento obrero en Colombia (1900-1970). En: Empresas y empresarios en la historia de Colombia, siglos XIX y XX. Cepal, Editorial Norma, Universidad de los Andes. Bogotá, 2003.
[2] Lo que prueban los memorandos de Chiquita Brands. En: La Silla Vacía. Abril 11 de 2011. Disponible en web: http://www.lasillavacia.com/historia/lo-que-prueban-los-memorandos-de-chiquita-brands-23173
[3] Ávila, Ariel Fernando. Contexto de violencia y conflicto armado, en: Monografía político electoral del departamento de Antioquia. En: López Hernández, Claudia. Editora. Y Refundaron la Patria… de cómo mafiosos y políticos reconfiguraron el Estado colombiano. Editorial Debate, 2010.
[4] Ibid. p. 4.
[5] La Contrarrevolución de Urabá. en: Semana lunes 12 de 1989. Disponible en web: http://www.semana.com/especiales/contrarrevolucion-uraba/25678-3.aspx
[6] Entrevista realizada en 2010, en Bogotá.
[7] Mario dice que no son paramilitares, sino autodefensas.
[8] El entrevistado muy pocas veces hace referencia a que grupo guerrillero se refiere, al parecer para el todos los grupos guerrilleros caben en esa categoría sin distinción de particularidades.
[9] Medina Gallego, Carlos. Autodefensas, paramilitarismo y Narcotráfico en Colombia. Editorial Documentos Periodísticos. 1990.
[10] Arias Ortiz, Angélica. Contexto de violencia y conflicto armado, En: Monografía político electoral del departamento de Cundinamarca. En: López Hernández, Claudia. Editora. Y Refundaron la Patria… de cómo mafiosos y políticos reconfiguraron el Estado colombiano. Editorial Debate, 2010. p. 4
[11] Pérez Salazar, Bernardo. El Paramilitarismo en Bogotá y Cundinamarca, 1997 -2006. En: Parapolítica, la ruta de la expansión paramilitar y los acuerdos políticos. Editor: Mauricio Romero. Cerec, Corporación Nuevo Arco Iris. Bogotá, 2007. p. 63.
[12] Ibid. p. 61.
[13] López Hernández, Claudia. La refundación de la Patria, de la teoría a la evidencia. En: López Hernández, Claudia. Editora. Y Refundaron la Patria… de cómo mafiosos y políticos reconfiguraron el Estado colombiano. Editorial Debate, 2010
[14] Braunstein, Néstor A. Eric Kandel: La mnemociencia como “ciencia natural”. En: La memoria inventora. Editorial siglo XXI, Buenos Aires. 2008. p. 107.
[15] Ibid.

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Bibliografía

v  Entrevista a Desmovilizado de las AUC. 2010, en Bogotá. Guiada por la Psicóloga de la Universidad Piloto de Colombia, Carolina Jiménez. 

v  Semana.com
v  LaSillaVacia.com
v  ElTiempo.com

v  Bucheli Gómez, Marcelo. Tras la visita del señor Herbert: United Fruit Company, elites locales y movimiento obrero en Colombia (1900-1970). En: Empresas y empresarios en la historia de Colombia, siglos XIX y XX. Cepal, Editorial Norma, Universidad de los Andes. Bogotá, 2003.

v  López Hernández, Claudia. Editora. Y Refundaron la Patria… de cómo mafiosos y políticos reconfiguraron el Estado colombiano. Editorial Debate, 2010.

v  Medina Gallego, Carlos. Autodefensas, paramilitarismo y Narcotráfico en Colombia. Editorial Documentos Periodísticos. 1990.

v  Pérez Salazar, Bernardo. El Paramilitarismo en Bogotá y Cundinamarca, 1997 -2006. En: Parapolítica, la ruta de la expansión paramilitar y los acuerdos políticos. Editor: Mauricio Romero. Cerec, Corporación Nuevo Arco Iris. Bogotá, 2007. p. 63.

v  Braunstein, Néstor A. Eric Kandel: La mnemociencia como “ciencia natural”. En: La memoria inventora. Editorial siglo XXI, Buenos Aires. 2008. p. 107.

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